Para empezar, me gustaría dar las gracias a Gloria Pastor y Miguel Navarro por crear la iniciativa. Creo que soy el primer estudiante en postear. Y repito, estudiante, porque no soy un mago de la palabra ni tengo el don de la elocuencia. Aún así, creo que hasta el más humilde de los humanos, si tiene pasión, puede construir una gran historia.
Disfrutad.
Belleza
¡Qué frustración!
¿Cómo transmitir la belleza escénica de un baile con simples
letras? Éstas, cuando están bajo mi poder, inconscientemente forman
palabras brutas y toscas. Mi vocabulario poco conoce de adjetivos que
puedan clasificarse como bellos. La belleza es tan relativa, tan
subjetiva y fantástica. Está a la merced de la imaginación. Y
ésta, con mis palabras, no la puedo definir.
La belleza en
cuestión era un mallot azul turquesa, con líneas curvas de color
verde y amarillo rodeando sus senos y la cintura. El cuerpo,
estilizado, se veía impactado por una máscara de gas que salía en
escena. La figura, de pelo color cielo, se movía de arriba abajo
moviendo los brazos y las piernas. La cinta de tres metros
serpenteaba por el aire, creando mágicas figuras.
Sonaba, de fondo,
notas musicales de un saxofón enamorado. Y acordes de un piano
entusiasmado. Las trompetas, con toda su potencia. Y los tambores,
marcando los latidos del corazón.
El cuerpo seguía
moviéndose, presentando con sus extremidades formas imposibles.
Narraba con su alma pájaros alados y lobos feroces. Lanzaba
martillos en el aire como si fueran maracas. Pero esa máscara de gas
restaba hermosura a todo su trabajo. Algo tan grotesco no podía
acompasarse con algo tan hermoso y bello. Pero seguía allí,
ocultando su rostro.
El clímax llegó
cuando la música alcanzó su máximo esplendor. Todos los
instrumentos sincronizados tocando la nota más alta y poderosa de
todas. Ese momento, sí, ese momento fue cuando el cuerpo tiró bien
lejos su máscara. No pude ver nada, sólo cabellos de cielo. Tal vez
no hubiera nada debajo de la careta. Tal vez sólo fuese belleza pura
y dura.
La música se apagó.
El escenario quedó hundido en oscuridad. Y cuando todos se
levantaron para aplaudir y vitorear al artista, las luces se
volvieron a encender. Fue entonces cuando la magia desapareció.
Contemplé el escenario, la orquesta, ¡la mujer! Su rostro. Ese
rostro tan humano y tan natural. Sus ojos y sus labios, su nariz. Sus
cejas y sus mejillas. A la luz artificial parecía todo tan común y
normal... ¡Qué adjetivos tan feos! Común y
Normal. Son mediocres.
Por
fin pude entender el significado simbólico de la máscara. Eso era
el orgasmo de la belleza: algo tan grotesco que acompañaba a la
belleza más pura y espontánea, se convertía en lo más bello y
hermoso del mundo. Era lo que no encajaba allí. El sitio de la
máscara no era ese, pero se compenetraba perfectamente con el resto
del conjunto. La mujer parecía ser más bella con esa máscara, ese
defecto. ¡El defecto
la hacía hermosa! ¡El defecto la convertía en suprema y poderosa!
Sin la máscara no era nada: sólo una mujer con un rostro Común
y Normal.
Sin nada que transmitir, nada que contar. Nada que la hiciera humana.
Ella representaba la
belleza y sin lo grotesco no podía serlo. Necesitaba lo feo,
moribundo y nauseabundo para ser hermosa, suprema y majestuosa. En su
conjunto lo eran todo. Por separado, mordían la nada.
Buscando las
palabras más adecuadas, sólo podría decir que la belleza no debe
ser perfecta. Si no, no es belleza.
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