viernes, 8 de febrero de 2013

Estrenando el Blog

Para empezar, me gustaría dar las gracias a Gloria Pastor y Miguel Navarro por crear la iniciativa. Creo que soy el primer estudiante en postear. Y repito, estudiante, porque no soy un mago de la palabra ni tengo el don de la elocuencia. Aún así, creo que hasta el más humilde de los humanos, si tiene pasión, puede construir una gran historia.

Disfrutad.


Belleza


¡Qué frustración! ¿Cómo transmitir la belleza escénica de un baile con simples letras? Éstas, cuando están bajo mi poder, inconscientemente forman palabras brutas y toscas. Mi vocabulario poco conoce de adjetivos que puedan clasificarse como bellos. La belleza es tan relativa, tan subjetiva y fantástica. Está a la merced de la imaginación. Y ésta, con mis palabras, no la puedo definir.
La belleza en cuestión era un mallot azul turquesa, con líneas curvas de color verde y amarillo rodeando sus senos y la cintura. El cuerpo, estilizado, se veía impactado por una máscara de gas que salía en escena. La figura, de pelo color cielo, se movía de arriba abajo moviendo los brazos y las piernas. La cinta de tres metros serpenteaba por el aire, creando mágicas figuras.
Sonaba, de fondo, notas musicales de un saxofón enamorado. Y acordes de un piano entusiasmado. Las trompetas, con toda su potencia. Y los tambores, marcando los latidos del corazón.
El cuerpo seguía moviéndose, presentando con sus extremidades formas imposibles. Narraba con su alma pájaros alados y lobos feroces. Lanzaba martillos en el aire como si fueran maracas. Pero esa máscara de gas restaba hermosura a todo su trabajo. Algo tan grotesco no podía acompasarse con algo tan hermoso y bello. Pero seguía allí, ocultando su rostro.
El clímax llegó cuando la música alcanzó su máximo esplendor. Todos los instrumentos sincronizados tocando la nota más alta y poderosa de todas. Ese momento, sí, ese momento fue cuando el cuerpo tiró bien lejos su máscara. No pude ver nada, sólo cabellos de cielo. Tal vez no hubiera nada debajo de la careta. Tal vez sólo fuese belleza pura y dura.
La música se apagó. El escenario quedó hundido en oscuridad. Y cuando todos se levantaron para aplaudir y vitorear al artista, las luces se volvieron a encender. Fue entonces cuando la magia desapareció. Contemplé el escenario, la orquesta, ¡la mujer! Su rostro. Ese rostro tan humano y tan natural. Sus ojos y sus labios, su nariz. Sus cejas y sus mejillas. A la luz artificial parecía todo tan común y normal... ¡Qué adjetivos tan feos! Común y Normal. Son mediocres.
Por fin pude entender el significado simbólico de la máscara. Eso era el orgasmo de la belleza: algo tan grotesco que acompañaba a la belleza más pura y espontánea, se convertía en lo más bello y hermoso del mundo. Era lo que no encajaba allí. El sitio de la máscara no era ese, pero se compenetraba perfectamente con el resto del conjunto. La mujer parecía ser más bella con esa máscara, ese defecto. ¡El defecto la hacía hermosa! ¡El defecto la convertía en suprema y poderosa! Sin la máscara no era nada: sólo una mujer con un rostro Común y Normal. Sin nada que transmitir, nada que contar. Nada que la hiciera humana.
Ella representaba la belleza y sin lo grotesco no podía serlo. Necesitaba lo feo, moribundo y nauseabundo para ser hermosa, suprema y majestuosa. En su conjunto lo eran todo. Por separado, mordían la nada.
Buscando las palabras más adecuadas, sólo podría decir que la belleza no debe ser perfecta. Si no, no es belleza. 


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